lunes, 20 de abril de 2009

Ya sé volar... ¿o no?

Desde que estoy en el curso de innovación me ha rondado el símil del polluelo que aletea en el nido, cuando sus padres no están y buscan comida con qué alimentarlo, inconsciente de que un día volará, y dejará de ser un juego para ser su vida adulta.

He estado intentando sistematizar los distintos programas formativos en lactancia materna de ámbito internacional, y con una cierta relevancia, para que nos sirvan de material de base para el desarrollo del plan de formación. El resultado ha sido bueno, si lo que se pretende es hacer un manual clásico, un programa de formación académico a la antigua usanza, una clase magistral del yo hablo y tú aprendesonoaprendes. Pero no buscábamos eso.

Sé que no es ese el plan de formación que necesitamos. Con esto tendremos unos conocimientos, que actualmente no son nuestros, perfectamente estructurados y validados, que no han de servir más que de punto de partida. Desde ellos, no será difícil desgajar los tres niveles formativos que planteamos en el grupo. Pero eso no es Knowledge management (KM). Hay que conseguir romper la verticalidad del plan. Lo importante ha de ser no tanto que los alumnos-profesores futuros tengan todo el conocimiento, sino que puedan con fluidez obtener la respuesta a cada pregunta de quién la conozca, o de dónde se encuentre, y que sepan generar respuestas a las futuras preguntas del alumno venidero.

Buscando, buscando (en Google, el nuevo Caronte que impide que vaguemos por el Tártaro de la red), he encontrado un artículo muy interesante sobre la aplicación del KM a la salud, en http://www.who.int/bulletin/volumes/83/10/interview1005/en/index.html. Geoff Parcell, procedente del equipo de Knowledge management de la British Petroleum, participa con la Organización Mundial de la Salud en la modernización de la gestión del conocimiento de su programa UNAIDS. Desde la perspectiva de una persona con amplia experiencia en el mundo privado, hace una crítica muy constructiva de los sistemas de flujo de información de la OMS, descubriendo sus debilidades y las oportunidades que le plantea el trabajo de campo con los agentes finales. Este artículo, en la línea del prólogo del libro Innovación y gestión del conocimiento, me provoca una curiosa sensación. Cual a mano que te rescata de un pozo, agradeces -nunca sobra- la nueva amplitud de miras que te brinda; pero sin acabar de limpiarte del lodo, te das cuenta de que estás en un sitio desconocido, en el que no estás cómodo, lleno de oportunidades, pero aún por construir.

Si la innovación es función del conocimiento, nuestro plan debe trascender los contenidos, para centrarse en los destinatarios. Habrá que diseñarlo al revés: desde los lactantes hacia atrás, desde lo que les sea relevante y necesiten. Y adaptar, podar, e injertar, contenidos y experiencias en los cursos existentes para hacerlos pertinentes para nuestros clientes.

Parece que con el curso nos vamos atreviendo a remontar el vuelo... ¿o sé que tengo que volar y no me atrevo? ¿Sé lo que creo que tengo que saber, o sé que lo que creo saber ya no es conocimiento verdadero? Y aquí surge de nuevo la utilidad del método: la visión, el horizonte, reorientan en la zozobra, dan un destino en el caminar.

Y cada vez más me gusta el modelo.

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